La tendencia funeraria del siglo XIX, sin duda, fue el ataúd de seguridad Taberger. En nuestra nueva entrada hablamos largo y tendido sobre esta curiosidad funeraria.
Durante los siglos XVIII y XIX se hizo muy popular el miedo de ser enterrado vivo. La tafafobia, que así se llama este miedo, no había nacido de la nada, ya que muchas eran las historias que se contaban de personas que, por creer que estaban muertas, habían sido enterradas en vida. A día de hoy, la normativa vigente obliga a esperar 24h tras declarar el fallecimiento para enterrar el cuerpo, aunque con todos los avances médicos que se han dado en estos últimos siglos es poco probable, por no decir imposible, que pueda llegar a ocurrir.
Leyendas que recorrieron Europa.
Cuando se inició el proceso de beatificación de Fray Luis de León, se descubrió que el ataúd estaba lleno de arañazos. Tras ver esa estampa, no podían estar seguros de que en esa situación desesperada, Fray Luis de León no hubiera renunciado a Dios, y por ese motivo, no se le pudo declarar santo.
Otra de las historias más conocidas de la época fue la de Anne Hill Carter, mujer del gobernador de Virginia, que sufría de narcolepsia y, en ocasiones, caía en sueño profundo. En 1804, estando en ese estado, se dio por muerta y fue enterrada. Afortunadamente, cuando fueron a llevarle flores, oyeron gritos y golpes. Cuando se abrió el ataúd estaba viva, completamente desorientada y confusa por la situación.
Ataúd con campana. Una moda del XVIII.
Fue a finales del XVIII cuando comenzaron a buscarse soluciones para prevenir este tipo de enterramientos prematuros:
Vidrios y respiraderos:
La opción más común fue instalar en el ataúd unas ventanas que permitían ver si existían señales de respiración en el vidrio y respiraderos para dejar circular el aire.
En algunos casos, se enterraban los difuntos con un juego de llaves que le permitían abrir el ataúd y la cripta. Aunque en ningún caso de los registrados llegaron a hacer falta.
Campanas:
Fue el sacerdote alemán Pessler quien propuso por primera vez imitar el sistema de las campanas de las iglesias en los ataúdes, para que desde dentro, las personas pudieran dar el aviso de que, realmente, no habían fallecido.
Adolf Gutsmuth vió en esa idea un filón y la hizo realidad, añadiendo además un pequeño tubo que permitía introducir alimentos dentro del ataúd.
Taberger:
En el 1829, el Dr. Gottfried Taberger, diseñó un sistema que utiliza una campana con carcasa que alertaría al vigilante del cementerio.
El cadáver tendría cuerdas en las manos, cabeza y pies, que llegarían directamente a la campana, protegida con una carcasa para que no pudiera sonar de forma accidental. Además, este diseño impedía que pudiese entrar agua o insectos dentro del ataúd y, una vez que sonaba, tenía un tubo con fuelle que funcionaba como bomba de aire para poder dar oxígeno al interior hasta que este fuese excavado.
De la necesidad nace el ingenio.
Años más tarde, en 1937, el joven Ángelo Hays sufrió un accidente de moto, cuando lo fueron a socorrer no le encontraron el pulso, como había quedado desfigurado, no permitieron que nadie lo viera y lo enterraron.
Afortunadamente, dos días después, la compañía de seguros necesitó examinar el cuerpo y, para sorpresa de todos, estaba vivo en estado comatoso.
Una vez recuperado, inventó un nuevo ataúd de seguridad que incluía una pequeña despensa, un wc químico y un transmisor de radio.
Tal fue el éxito de esta invención, que comenzó a hacer exhibiciones siendo enterrado con su ataúd.
Del éxito al fracaso en medio siglo.
Lo cierto es que la poca practicidad de este tipo de ataúdes y su elevado coste hizo que nunca llegasen a popularizarse entre la sociedad. Su éxito, sin duda, fue breve.
Salvados por la campana:
Durante muchos años se creyó que la frase “Salvados por la campana” provenía del uso este tipo de ataúdes, sin embargo, hoy en día es sabido que proviene del boxeo. Cada asalto acaba con una campana y muchos eran los púgiles que habían estado cerca de ser derribados por K.O si no fuese por el sonido de la campana que era señal de la finalización del asalto.
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